> El doctor Albert y míster Boadella

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Nunca antes la esquizofrenia sirvió como narradora de la Transición española. La España actual y pasada, plena en juglares, mártires, sátiros y traidores, encontró anoche en Albert Boadella al perfecto bufón que esbozara con sus palabras un boceto de país y que realizara, de manera mordaz, un repaso al oficio de comediante utilizando su agitada vida con Els Joglars como telón de fondo.

La realidad es que mentimos: Albert Boadella no fue sólo un bufón, sino dos. El actual director de los Teatros del Canal de Madrid trajo a El Salinero a las dos personalidades que conviven dentro de su cuerpo. El niño y el viejo artista. El indomable y el cívico. El histriónico y el reflexivo. El ‘Boadella’ y el ‘Albert’ conviven en la misma carrocería y lo hicieron también, casi dos horas encima del escenario, con el público de Lanzarote.

Los temas tocados en el “Sermón del bufón” fueron múltiples. Desde la incorrección política al tan en boga buenismo cómico, pasando por las formas de atacar la censura y a la religión hasta llegar a una divagación sobre la naturaleza de la belleza. Todo plagado de anécdotas apoyadas por la proyección de imágenes de sus años como director de Els Joglars.

Una de ellas merece especial atención. En el año 1977, la compañía estrena la obra “La Torna”, escrita por el propio Boadella. En ella, un grupo de jueces sentencian a muerte a un hombre mientras se emborrachan y comen paella. Esta representación pasó a la historia por haber sufrido un consejo de guerra en plena transición a la democracia. Por ella Albert Boadella fue detenido y encarcelado aunque luego ingenió un plan que mismamente podría ser otra puesta en escena de Els Joglars.

Boadella pediría a su novia que se extrajera sangre y se la diera a su abogado. Este se la haría pasar en una de sus visitas. Boadella la ingeriría y la vomitaría delante de los vigilantes. Éstos, alarmados, lo llevarían al hospital.

Una vez allí se ganaría la confianza de los guardianes para que al menos le dejaran ir al baño solo. El día del consejo de guerra, su novia le llevaría ropa limpia en un bolso con doble fondo, donde escondería una bata de médico y bigote y peluca postizas. Iría al baño y se disfrazaría. Se escaparía por la ventana y luego, a través de la cornisa de un cuarto piso, alcanzaría la pequeña ventana de otra habitación. Saldría por la puerta diciendo a los pacientes que en ella habitan, que todo iba a ir bien. Abandonaría el hospital, esperaría un mes en un piso franco y luego huiría a Francia. El plan funcionó.

El Boadella del presente centró sus esfuerzos en intentar explicar al público qué es el arte, en su opinión.”El arte debe ser bello si no, no es arte. Debe tener música y poesía. Y no debe necesitar un crítico que te lo explique. Un cuadro de Dalí o la 9o de Beethoven no necesitan explicación; un cuadro de Pollock lo vas a ver porque alguien te dice que vale millones de dólarés”, resumía.

El “Sermón del bufón” es el relato directo y real de un transgresor reconvertido a artista, donde Boadella expresa sus pensamientos y miedos, representando situaciones auténticas de su propia vida. Sin perder nunca el sentido del humor, Boadella hizo agitar los cimientos de El Salinero con su torrente de visceral sarcasmo.

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