Las tres desapariciones de ‘El Fausto’

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“Hasta los monstruos son de aspecto agradable en el sitio donde buscamos a la mujer amada”.

Esta sentencia pronunciada en boca de Fausto, hallada en el libro del mismo nombre escrito por Goethe pudo parecerse a pensamientos de los tripulantes del pesquero canario que apareció y desapareció tres veces frente a las costas de La Palma.

A Miguel Acosta y los hermanos Ramón y Heriberto Concepción, moradores habituales de la nave, les acompañó por primera vez en la travesía el joven Julio García Pino, un mecánico que se buscó estancia en el pesquero, sin esperar al correíllo, porque la enfermedad de su hija le obligaba a dejar El Hierro con premura.

La Palma celebraba las fiesta del Carmen de 1968. Era 20 de julio. Cargaron agua, fruta, sardinas y el combustible justo para recorrer los 98 kilómetros que separan ambas islas. Sus mujeres esperaban la llegada de los cuatro hombres a primera hora de la mañana del día siguiente, pero la espesa bruma no hacía presagiar que el retraso no se debía a ella.

Ni viento, ni marejada. El mar era un plato y el punto de destino era una de las islas más visibles del mundo por la relación entre su altura y su tamaño. El retraso forzó a las autoridades a movilizar a un avión del Ejército del Aire sin éxito.

Tan cerca

El 25 de julio, la radio sonó en Tazacorte. Un navío inglés, de nombre ‘La Duquesa’ confirmó que había encontrado al ‘Fausto’ a unos cien kilómetros del pueblo sin averías y con toda su tripulación sana. Explicaron que les ofrecieron remolque o acompañamiento a La Palma y que estos declinaron pidiendo solamente provisiones y algo de combustible para volver por su cuenta.

Tras esta llamada de esperanza, el puerto se atestó de gente que quería celebrar, por fin, la arribada del barco desaparecido. A pesar de que se esperaba que llegase a las cinco de la tarde, el pesquero jamás tocó tierra. Algunas personas, entre ellas sus mujeres, esperaron hasta la madrugada en el puerto agarrándose a esperanzas cada vez más imposibles. Durante la mañana siguiente, se pasó de uno a cuatro aviones, en el mayor dispositivo aéreo-naval de la historia de las Islas Canarias. El resultado fue la nada.

El 7 de agosto se declaró de manera oficial su desaparición. Tres meses después de salir de El Hierro, un barco italiano de nombre ‘Anna di Maio’, informó que, cercano al Trópico de Cáncer, había visto a un barco a la deriva de similares características a la de ‘El Fausto’. Dentro, solo un cadáver, desnudo y casi momificado, aferrado al aparato de radio como si hasta el último aliento lo hubiera gastado en encontrar quién le escuchara. Era Julio García Pino.

Los italianos decidieron entonces remolcarlo hasta Puerto Cabello, en Venezuela. Tan solo dos días después volvieron a comunicar que el cabo que unía al ‘Anna di Maio’ con el ‘El Fausto’ se había soltado. O eso dijeron porque en el momento corrió el temor de que hubieran decidido cortarlo ya que al llegar a tierra no quisieron dar pistas sobre lo que encontraron en el interior hasta en una segunda conversación con las autoridades.

Sólo ahí, desvelaron la existencia de un cuaderno amarillento con todas las hojas arrancadas excepto una. Dirigiéndose a su mujer Luz, Julio el mecánico, dejó escritas las instrucciones para administrar las propiedades tras su muerte. El testamento acababa con “nunca le digas a Julín lo que ha pasado”.

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