La última y nos vamos

 En Aislados, Noticia Principal

*Este texto fue escrito pocas semanas antes del fallecimiento de Manolo Vieira.

 

“No soy del todo feliz, pero bien.
Irse no es fácil.
Los quiero mucho”.

Manolo Vieira, humorista, pese a que él dice que no, que es solo un contador, aunque de joven fue contable, que es muy parecido porque también se meten trolas. Además, fue carpintero, pero se dio cuenta que no le iba a sacar de pobre. En cualquier caso, seguramente fue la primera persona en hacer stand up comedy en España.

Nadie se acuerda de quién creó el grupo de WhatsApp, pero en cuestión de minutos ahí no faltaba nadie.

—Manolo, ¡te la mandaste! —escribió Darío, el primero en hacerlo.
—El más grande, es lo que hay —siguió Omayra.
—¿Qué fue, misijos? Habrá que reunirse, ¿no? —se animó a proponer Kike.
—¡Hooolaaa! ¿Este es el grupo de la gente de los Salesianos? —intervino Delia.
—No, Delia, este es el de los canarios arios, adoradores del maestro supremo de la
commedia —contestó Ignatius, sin aclarar si había entendido que era una broma.
—Comedia con una eme, Juan Ignacio, con una sola —corrigió Aaron aún a sabiendas
de que con Ignatius, el que estaba equivocado era él mismo…
—¡Eme de Manolo, sí, señor! —remató Víctor.

Esta es mi historia, pero con seguridad también la de muchas otras personas que salieron de Canarias, ese archipiélago que está debajo de Baleares en un cuadrito. Justo veinte años antes de que Manolo Vieira escribiera esas palabras anunciando su retirada, yo estaba llegando a Madrid para ir a la universidad, que no es lo mismo que estudiar. Eso sí, aprendí mucho, pero eso ya fue cosa mía y es otra historia menos interesante. La verdad es que, de alguna manera, solo por mi procedencia me sentí especial desde el primer día. Los había, pero los isleños que vivíamos en el Colegio Mayor nos contábamos con las dos manos y sobraban dedos. La cosa cambió con los años. Aun así, sospecho que, por mi forma de ser, la gente se puso de acuerdo desde que llegué para conocerme como Edu-el-canario, todo junto. Mis amigos todavía me llaman así.

No existían las redes sociales ni los teléfonos inteligentes y el mayor avance tecnológico de aquel año consistía en poder tener una imagen de perfil en una popular aplicación de chat. La gente alucinaba y siempre tenías a alguien que se la cambiaba cada veinte minutos. De aquellos polvos, estos lodos. Mi cabeza llevaba ya mucho tiempo fuera de Gran Canaria, empujada por la tele, el cine y los libros. Me imagino que a muchos adolescentes isleños nos sucede algo parecido. Pero salir, salir, lo que se dice coger unavión a otro lado, casi nada. El viaje de fin de curso que todos hacíamos a Viella y Port Aventura y poco más. ¿Se seguirán haciendo? Estaba perdidísimo y recuerdo sentirme poca cosa al hablar con la gente en Madrid. Fuerte bobería esa. Un complejo de inferioridad que teníamos alguna vez muchos canarios y que, hablándolo con paisanos de mi quinta, no acierto con ninguna teoría que lo justifique. Fuerte bobería.

Había dado cuatro pasos en la facultad y se me acercó una chica para pedirme un papel. Le saqué un folio porque cómo iba a imaginar que se refería a un papel para liar tabaco. Yo ni sabía que la gente se podía hacer sus propios cigarros. A media mañana, una profesora sacó un reproductor de casete para deleitarnos sobre su conocimiento de las diferentes lenguas y dialectos del Estado español. Cuando llegó el turno de Canarias pidió que nos levantáramos los alumnos que viniéramos de alguna de las siete islas, que por aquel entonces eran solo siete. Ahí estaba de pie yo solo, vestido con camisa metida por dentro y zapatos nuevos, porque a la universidad se iba bien vestido, pensaba. Fue darle al play y las ventanas de esa clase que parecía un calabozo casi se resquebrajan por un silbo gomero grabado con magnetófono. Pensaba que era una broma, pero no, la profesora, con más años de enseñanza encima que la propia Complutense, me preguntó si era capaz de traducirlo al resto de la clase. Al final de mi primer día no tenía muy claro si mi exotismo era motivo de interés o de burla. Para rematarlo, un compañero de clase me preguntó si a Canarias llegaba Telecinco. Se ve que al resto de regiones del país no llegaba Radio ECCA.

Toda la vida aislado y la adultez me recibió en un lugar sin mis padres ni mis hermanos pequeños, que son todos, sin mar, sin acentito bonito y donde todo estaba ahí al lado y se podía ir caminando. Qué mentira esto último por aquel entonces y qué verdad más grande poco después. Era momento de que mi identidad se terminara de construir e, inevitablemente, esta no dejó de estar ligada con mi paisaje personal, con la tierra al hombro. En esos años de búsqueda de referentes que me reafirmaran, escuchar una y otra vez a Manolo Vieira fue esencial para mantenerme atado a mis orígenes. Manolo no contaba chistes, sino historias que resonaban como ecos de la vida que a casi cualquier canario le había tocado observar hasta entonces.

Los estudiantes nos hacíamos con sus discos de manera cuestionable y los monólogos siempre funcionaban como la contraseña entre dos canarios que se acababan de conocer. Si mis amigos comparaban cualquier situación con momentos de Los Simpson, los canarios con los que me juntaba, o encontraba, lo hacíamos con los relatos de Manolo. Historias que sentíamos como nuestras y nos recordaba que no estábamos solos, que éramos como éramos y que no teníamos que despojarnos de nuestra identidad por estar a dos mil kilómetros de nuestra tierra. Si algún peninsular, o peninsulara, se atrevía a decirme que le parecía «bonito» o «gracioso» cómo pronunciábamos la letra ”ch” en «coye», «buena noye» o «muyayo», no dejaba pasar la ocasión para preguntar de vuelta que si entre dos millones de canarios habían estado hablando justo con Mamé “El Bobo”. Lo de Mamé me parecía descacharrante, pero en mi boca no era un chiste, sino un acto de orgullo de mi identidad.

Tengo que confesar que hubo años que llegué hasta a sentir frustración porque estaba convencido de que mis amigos de Jaén, Toledo, Coruña, Burgos y Albacete no serían capaces de disfrutar de Manolo Vieira. Ni siquiera les di la oportunidad de escucharle y no recuerdo por qué, porque era un humor muy inteligente y universal pero basado en actitudes y gestos de mi gente. Me identificaba con la idiosincrasia y cultura canaria y yo era Edu-el-canario. No existían tendencias ni hashtags y en los primeros sitios web apenas se podía encontrar nada de sus actuaciones. Había que verlo en directo, en el especial de fin de año en la televisión autonómica o en los discos que sacaba cada Navidad y se vendían en Canarias más que los de Estopa, La Oreja de Van Gogh o Eminem.

Con los años caí que algo es universal cuando puede surgir en el barrio de La Isleta y se puede medio entender en la China de Mao y pocas cosas hay más universales que las palabras y el humor. El humor es un lenguaje y tiene muchos acentos, por lo que el humor canario no debería existir como tal, sino canarios haciendo humor, que no es lo mismo. Manolo entendió que cuando se comparten historias que son propias de una cultura y forma de ser, conectamos con los demás y con nosotros mismos y esto solo
hace que aprendamos a valorarnos más como pueblo. Conmigo lo consiguió y le estaré eternamente agradecido. Y por las risas también, claro. Por el loro sin patas, Carmelito llegando a casa apestando a todo menos a cemento o por el yo-qué-te-ha-hecho que me hecho soltar una carcajada mientras escribo esto.

Con Manolo Vieira nunca han existido pleitos insulares ni generaciones. En el club de su propiedad donde él mismo se contrataba, el público que llenaba todas las noches la sala iba desde la veintena hasta jubilados y acudían desde todos los rincones del archipiélago. Y eso es algo maravilloso e inusual porque Manolo ha conquistado las ocho islas por igual. No es ese canarión gracioso, es el maestro del humor en Canarias. Une a generaciones y a los canarios bajo la bandera de la comedia.

Manolo se bajó del escenario dejando arriba a una hornada de cómicos canarios muy preparada. Y mira que costó, porque la generación de monologuistas y humoristas que dejó a cargo de entretenernos era la primera que surgía con fuerza desde que el propio Manolo Vieira se arrancó a contar historias a principios de los ochenta. Entre medias hubo un erial de décadas que situaban a Manolo irremediablemente como referente absoluto de todos ellos. De Darío, de Omayra, de Kike, de Delia, de Ignatius, de Aarón, de Víctor y de muchos más que también estaban en ese grupo de Whatsapp que se creó para darle una sorpresa antes de que se retirara. Pasaron una tarde emocionante juntos en su club, riendo, cómo no. Podrían haberlo tomado como un adiós, pero lo que se respiró esa tarde fue un inmenso gracias. Todo esto me lo contó mi hermana María, a la que todas las personas que no son familia llaman Delia.

Madrid es hoy en día una ciudad en la que ser canario no es una excepcionalidad y las redes sociales son una ventana abierta a cualquier parte del mundo, pero, aunque seamos muchos más en la capital, basta con abrir la boca para delatarnos como diferentes. Y ser reconocible siempre me ha parecido motivo de orgullo, porque no es nada fácil y requiere un esfuerzo colectivo de generaciones. Los canarios nos sentimos afortunados de serlo, somos dulces y nos gusta, tenemos la mente abierta, nos encanta reírnos de nosotros mismos, por debajo de veinte grados hace frío y cuando repetimos una palabra cambiamos su significado. Porque no es lo mismo algo bueno que algo bueno, bueno. Alucino con que mi hermana Delia estuviera aquella tarde en el club de Manolo y que sea uno de los referentes de la comedia de las islas. Alucino más con que lo haya conseguido relatando historias, como él. Alucino más, más con que el verano antes de su retirada pudiera actuar con Manolo en Fuerteventura. Quién nos lo hubiera dicho.

Manolo Vieira sube por última vez al escenario de su club. Mientras los teléfonos inteligentes se elevan y le hacen fotos, se apagan todos los murmullos de la sala. «Este silencio no lo hay aquí ni cuando está vacío», dice. Muchos flases. «Verás cuando se lo cuente a mi mujer». Dicen que por la calle nunca le piden un chiste, sino un abrazo. Eso no es fama, lo de Manolo es cariño, coñ*.

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Showing 3 comments
  • Aroa Saavedra
    Responder

    Llorando me dejaste. Menuda manera de transmitir. Gracias!
    .. Hasta siempre Manolo

  • Raquel
    Responder

    De lo más bonito que he leído en mucho tiempo.

  • Juan Manuel Ramos Quevedo
    Responder

    Entrañable y escrito con mucho sentimiento. Aupa Manolo D.E.P.

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