El lanzaroteño incorrupto y venerado en Argentina al que Francisco quiere santificar

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La vida en Lanzarote en 1873 no debía ser fácil. Por eso Nicolás Figueroa y Rafaela Umpiérrez decidieron partir hacia América, con poco más que sus cuatro hijos, a intentar labrarse su futuro, al igual que los campos que trabajaban, huyendo de las penurias que sufrían en la isla. Tras semanas en alta mar se instalaron en Santa Lucía, un pueblo cerca de Montevideo, donde comenzarían a trabajar la tierra de sol a sol.

Al llegar a Uruguay, José Marcos Figueroa tenía solo ocho años, pero como era el mayor de sus hermanos, tuvo que abandonar los estudios y ayudar a sus padres a arar los campos. A pesar del viaje transatlántico, la vida no parecía tan diferente a la que tenían en Tinajo. Hasta la edad de 20 años permaneció junto a sus padres, pero tantas veces fue las que rezó para que la situación de su familia mejorase que, el 30 de enero de 1886, decidió ir a la capital uruguaya siguiendo el llamado de la vocación católica.

Estampita donde se pide que se notifiquen sus “milagros”

El duro golpe de la viruela

No había transcurrido un año y, guiado por su párroco e inspirado por los jesuitas, eligió ingresar como hermano en la Compañía de Jesús de la ciudad argentina de Córdoba. Algunos meses después, José Marcos contrajo la enfermedad de la viruela, experiencia que le marcó profundamente, no por haberla sufrido en primera persona, sino porque acabó contagiando a su enfermero que acabaría muriendo.

Ya en 1888, fue enviado al Colegio de la Inmaculada Concepción en Santa Fe, una ciudad a unos 500 km al oeste de Buenos Aires. Después de hacer los votos, comenzó realizando las tareas habituales para los jesuitas de la época. Empezó como ayudante del servicio de portería, pasó a encargarse de las compras necesarias para la institución y servía de apoyo a la vida comunitaria de diversas maneras. A partir de 1891, se convirtió en el portero habitual del colegio.

Esta institución era central en la vida de la Iglesia en Santa Fe. Los jesuitas, además de enseñar a los estudiantes, acompañaban a muchos seminaristas y ofrecían sus servicios a los fieles que acudían a la contigua iglesia de la Virgen de los Milagros. Por lo tanto, José Marcos Figueroa, ya Hermano José Marcos, era de ayuda para cientos de personas en la vida de la ciudad, que acudían al Colegio a solicitar consuelo o apoyo en sus cuestiones mundanas o de fe.

Y no abandonó la portería del Colegio hasta el día de su muerte, 52 años después: el trabajo y el silencio marcaron su vida. Durante todo ese tiempo, el Hermano Figueroa fue una persona de la que se recordada por la calidez de su manera de ser, con su vida y con sus pequeñas obras cotidianas. Sin sucesos extraordinarios, sin extrañeces, a José Marcos no se le conoció de otra manera, solo como un hombre al servicio de su comunidad, especialmente a los más necesitados, y de su Dios.

Iglesia de la Señora de Los Milagros de está sepultado

Muerte y camino de la beatificación

La muerte de José Marcos en 1942, casi cumplidos los setenta años, resultó un duro golpe para todos los vecinos y vecinas de Santa Fe. El cariño de las personas que gozaron de su ayuda acercó a multitudes de alumnos y sus familias a su enterramiento en el Cementerio de Piquete el 19 de noviembre de 1942. Tras su muerte comenzaron a llamarle “santo”.

Diez años después, los Jesuitas decidieron trasladar los restos de los hombres de la congregación sepultados en ese camposanto hacia otra localización. Ahí, según hoy día siguen afirmando, encontraron el cuerpo incorrupto de José Marcos. Inmediatamente se comenzaron los trabajos de canonización del lanzaroteño. Entonces los padres jesuitas pidieron permiso a Roma para exhumar sus restos y trasladarlos hasta la Iglesia de la Señora de los Milagros, junto al colegio del que fue portero durante más de medio siglo.

El 17 de diciembre de 2022, el Papa Francisco aprobó la declaración de las virtudes heroicas del Hermano Figueroa, y le designó como “venerable”. En la Iglesia Católica, el proceso de beatificación de un cristiano implica que, durante su vida, haya “vivido de acuerdo con los principios del evangelio”. Si se demuestra esto durante el proceso, el Papa puede declararlo de esta forma. Este es el paso previo a la beatificación, que solo puede ocurrir si se comprueba un milagro. El proceso continúa hasta la canonización y el reconocimiento como santo, para lo cual se requiere la verificación de un segundo milagro que haya ocurrido después de la beatificación.

José Marcos Figueroa fue un hombre sencillo pero profundo, que tras tener que huir de las enormes dificultades que se vivían en Lanzarote, encontró en América su lugar en el mundo, donde se dedicó a ayudar a sus vecinos, convirtiéndose en el único conejero, nacido en Tinajo, en el camino a ser considerado santo por la Iglesia Católica. Aún hoy, en la ciudad argentina de Santa Fe se pueden encontrar estampitas con su rostro que piden que si se conoce algún milagro del casi santo se comunique para poder añadirlo a la causa de su beatifiación.

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